Sonrisa
SONRISA. Jorge Muñoz Gallardo
Cuando le avisaron que había sido elegido para ocupar el lugar del recién fallecido Lukene, en la Academia de Letras, Corbett frunció el ceño, tendría que hacer un discurso alabando a su predecesor, y él había odiado siempre a Lukene al que consideraba un farsante y un charlatán. Preparó su discurso sin ocultar sus verdaderos sentimientos. El discurso llegó a manos del emperador que después de leerlo tachó varios párrafos y sustituyó frases y palabras. Corbett se negó a tolerar las correcciones y en la ceremonia solemne leyó el discurso original. El emperador le prohibió asumir el puesto de su predecesor y apoyó otro nombre en su lugar. Corbett se burló de la sanción. Fue enviado a la cárcel. Esbozó una amplia sonrisa mientras ingresaba en la cárcel y una vez dentro profirió palabras groseras para la Academia de Letras. Fue enviado a la horca. Se rió de la horca y del verdugo. El emperador ordenó arrojar el cadáver a los leones de su zoológico particular. El cadáver de Corbett esbozó una amplia sonrisa que causó el espanto de los hombres que lo llevaban, y abandonaron el cuerpo a mitad de camino. Un carretero que pasaba por ahí lo recogió, lo llevó a su pueblo, y lo trasladó a la iglesia. El cura ofició una misa y lo sepultaron en el cementerio del pueblo. El cadáver no dejó de sonreír.
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